Leer a Faulkner nos devuelve el placer de leer -que a veces es como escuchar (ahí nomás, bien cerca del oído) a un maestro. Sencillo, cercano, sí, por momentos duro y, a veces, como una vida o un suspiro que se escapa en la tarde o una piedra que se hunde en el agua, acaso para siempre.