Cuando le formulo a mi jefe la pregunta de activación del ejercicio de retención, hay tres resultados posibles. Uno, que me diga que pelearía para mantenerme en la empresa. En ese caso, cualquier temor que tuviera sobre mi rendimiento desaparecerá de inmediato. Eso es bueno. Dos, que mi jefe me dé una respuesta ambigua con una crítica constructiva clara sobre cómo mejorar. Eso también es bueno, porque me ha dicho lo que necesito hacer para sobresalir en mi puesto. Tres, si mi jefe cree que no pelearía mucho por conservarme, puede que le haya hecho ver algo negativo en mi rendimiento que antes no saltaba a la vista. Eso hace que formular la pregunta resulte un poco intimidatorio. Aun así, es bueno, porque da pie a una conversación clara sobre si el puesto es adecuado para mis aptitudes y me evita la sorpresa de oír una mañana que he perdido mi empleo.