Me parece una película no solo sublime, sino trascendental. Me ha llevado al borde de las lágrimas, no por su simple narrativa, sino por la insondable profundidad cinematográfica que despliega con cada plano y cada diálogo.
Para empezar, quisiera subrayar que esta obra, en todo su resplandeciente esplendor, no es simplemente una película, sino el pináculo del ‘cine’. Cada fotograma es una pintura, cada pausa un poema, y cada gesto una metáfora del alma humana en su lucha constante contra la intransigencia de la existencia.
La manera en que el director utiliza la luz, o más bien, la ausencia de ella, para simbolizar la lucha interna de los personajes es una cátedra de sutilidad. Y el guion, ¡oh, el guion! Es una sinfonía de palabras que resuena en las profundidades del subconsciente, cuestionando no solo la narrativa misma, sino la propia naturaleza de la realidad.
Pero esta película no se contenta con ser un simple relato visual; va más allá, adentrándose en un terreno sociopolítico que la eleva a la categoría de obra maestra crítica. Es, en esencia, una denuncia silenciosa contra los males del capitalismo, una crítica velada que desenmascara las injusticias de un sistema que oprime y deshumaniza. Los personajes, en su desesperación y alienación, no son más que reflejos de una sociedad que ha perdido su rumbo, atrapada en las garras de un consumismo desmedido que devora sus almas.
Y no podemos ignorar el contexto histórico que se filtra a través de cada escena, una alusión sutil pero poderosa a los problemas que desgarraron a la antigua Yugoslavia. El conflicto interno de los personajes se convierte en un espejo de las tensiones étnicas y políticas que llevaron a la fragmentación de una nación. Cada silencio en la película es un grito ahogado que evoca las divisiones, los rencores históricos y el colapso inevitable de un sueño colectivo.
Mi parte favorita es cuando Harold saca su crayón y dice “A Crayonear” sinceramente es el pináculo de un tobogán de emociones, estoy conmovido y ojalá Harold regrese a Crayonearnos.
Es pues que, esta película no se ve, se vive; no se entiende, se siente; no se critica, se adora como un templo al arte visual. Una experiencia que desafía las expectativas y redefine el significado del séptimo arte. Nos deja no solo con un sentido renovado del cine, sino con una profunda reflexión sobre los oscuros rincones de nuestra sociedad global y los fantasmas de un pasado no tan lejano.