Usualmente se entiende en referencia a este filme, que si se pudiera retratar una carta de amor al cine, este largometraje sin dudarlo cumpliría con el cometido en la ejecución de su línea narrativa, pero ¿por qué? Y ¿cómo lo transmite a la audiencia?
Llena de imágenes poderosas y simbólicas, la película se posiciona como modelo de la visión enamorada del cine, tomando como objeto condicionante al amor, la secuencia de acontecimientos está plagada del sentimiento, aquel impulsivo e irracional, traspasando la delgada línea entre la pasión y la intensidad, representándose en su justa y necesaria medida, logrando evocar aquellos sentires de manera auténtica, natural y escalable bajo una lógica congruente, una construida con base en aquella apreciación de la significación del cine en la vida del hombre.
A la par de la dual tragedia acerca de la inminente pérdida de ese pulso de vida, lo amado, el escape de lo mundano, lo extraordinario, con un valor atribuido por su sustancia y función dentro de una comunidad en concreto (Giancaldo), que cuando se tiene, se adora, la butaca da lo que no se encuentra, provee de corazón a quienes le contemplan y traducen en admiración.
La historia de amor de Tito con y para el cine, personifica la maximización de la emoción de Alfredo heredada en Salvatore, es el puente de acercamiento entre la curiosidad de la infancia y lo magnífico de lo desconocido, generando como resultado una conexión orgánica que habla por sí misma como “magia”, una chispa que ve nacer a un amante empedernido y desembocado, que, posteriormente proyectaría esa concepción para empapar cada aspecto de su vida.
Como espectador, el ejercicio de identificación es inevitable, surgiendo de la nula necesidad de apropiación de la trama, ya que ya forma parte de la inherente experiencia del ser. El producto audiovisual captura frente la continuidad, la reciprocidad entre lo humano y su expresión, su inseparable relación y las dinámicas que se gestan del uno con el otro, sin separación, en sinergia.
Cinema Paradiso es una crónica de la entrega, el cuidado, y por otra parte, de las implicaciones del placer, que en algún momento encamina al sufrimiento. Las consecuencias del enamoramiento es el definitorio acto de dejar ir, pero Salvatore logra redimirse con su amada regresando al punto inicial, topándose con la constante del cambio, que en compañía del tiempo, arrasó con sus precedentes y consolidó el amor verdadero, que no es el que queda intacto, si no el que existió y está respaldado por el pasado como por la latencia de su impacto.