Confieso que no soy un ávido consumidor de ciencia ficción. Sagas como Star Wars o Star Trek nunca despertaron mi interés. Sin embargo, intrigado por la crÃtica y la estética de Dune, decidà darle una oportunidad. Lo que experimenté no fue una simple pelÃcula de explosiones y resoluciones fáciles, sino una travesÃa cinematográfica que me sumergió en un torbellino de emociones y reflexiones.
Al principio, la pelÃcula me mantuvo expectante, con su ritmo pausado y su narrativa enigmática. No todo se explicaba de forma simple, lo que despertó mi curiosidad y me mantuvo atento a cada detalle. La tensión se intensificó con la aparición del Na-Baron Feyd Rautha. Su mirada gélida y su piel casi de porcelana me recordaron a los crueles conquistadores que asolaron mi tierra natal. Sentà un escalofrÃo de terror al presenciar su crueldad, un miedo visceral que me dejó sin aliento.
La pelÃcula me llevó por un viaje de emociones encontradas. La simpatÃa que despertó en mà Paul Atreides, un joven marcado por la tragedia, me hizo reflexionar sobre la complejidad de la lucha por la justicia. Su discurso cautivador, capaz de movilizar a un pueblo entero hacia la guerra, me llenó de una mezcla de admiración y temor. Inevitablemente, me invadieron preguntas sobre los peligros del liderazgo carismático y la responsabilidad que conlleva.