«No puedo explicar el inmenso placer que es para mí comprar un libro»
Yo tampoco. He conocido a Virginia Woolf a través de sus obras, una mujer muy inteligente que satirizaba sobre el amor romántico, que habló de la homosexualidad, de la transexualidad, fascinante novela Orlando, cambió de género, un ser andrógino, pero no de identidad, ¿sí o no? No cambia Orlando, cambia la sociedad, se burla de los roles de género. Cuando uno piensa en ella, recuerda sus fotografías y una palabra viene a la mente, tormento.
En esta obra conoceremos la evolución, unos dirán de la mujer, otros de la escritora, yo su frágil equilibrio. Porque esta obra nos dice cómo era Virginia en dos partes, empieza en 1897 hasta 1912 cuando se casa con Leonard Woolf, y de aquí al final. Diarios y cartas, ¿existe algo más personal e íntimo? El mayor cambio lo tenemos en las descripciones del paisaje, qué pena no poder leer cada fragmento en el lugar en el que fueron inspirados, y el segundo cambio, la extensión.
«En ciertos estados de ánimo que conozco, no viviría aquí…; es como si cerraras los muros con espesa hiedra entre tú y el mundo; dentro de ellos, todo es belleza antigua y paz»
¿A qué estados de ánimo se refiere? Mucho se habla de la bipolaridad que sufrió y esos largos periodos de una existencia amarga, no carentes de base, en esos momentos, ¿qué nos dice? ¿Qué no le gusta que la encierren o que no soporta la belleza y el silencio? Cuanto más silencio, más se escucha el ruido de la cabeza.
Virginia Woolf creció rodeada de literatura, artistas e intelectuales, «El problema, como de costumbre, son los libros, cuáles llevar y cómo hacerles sitio». Una mujer culta y refinada con una alta sensibilidad, la primera parte de esta obra muestra una gran carga sensorial, conmovida por el arte, capacidad de entrega y de búsqueda, empática. «Hay carteles de corrida de toros por todas partes. Me alegro de que nos los perdamos» «¡El Zoo de Mánchester! Qué grotescos son esos espectáculos de segunda en los que la vida te arremolina». Y avanza el diario, y Virginia calla lo que no se puede ni siquiera escribir, sí en la ficción, la fantasía como mecanismo de defensa para maquillar la realidad, y lo dice, pero no de una forma clara, «trataré de ser una servidora honesta (147)…, Como si quisiera complacer a mi propia vista si quisiera leerlo después», ella es consciente que se esconde detrás de sus obras, que maquilla la realidad hasta en el diario, porque cuando se crece rodeada de silencios, torturada por aquello que no se puede decir, castrando las emociones, aparentando normalidad y buen trato, ¿qué queda? Un refugio, la literatura, pero en la segunda parte, en varias ocasiones, sin mencionar que ya no hay tanta descripción del paisaje, nos dice que no encuentra las palabras, que no tiene ganas de escribir «Si he intentado escribir, una y otra vez, pero enseguida me quedaba dormida. Además ¿de qué sirve escribir?», ni de viajar, ni de visitar, pierde el sentido de su existencia, ¿qué le queda?
Quién en un diario escribe «somos muy felices y buenos», añade, «Nadie dirá de mí que no he conocido la felicidad perfecta, pero pocos podrán señalar el momento o decir qué la provocó». En otro momento se pregunta, ¿se puede ser demasiado feliz?
Maravillosa esta obra.