Contra todo lo que podría pensarse el presente novelón de 900 páginas no es el rescate de la grandeza del incario y del pasado prehispánico, sino todo lo contrario, es el clavo literario sobre la tumba del mundo precolombino.
Efectivamente, y para disgusto de pachamamistas y tahuantinsuyanos, el Mundo de las Cuatro Direcciones se destruyó, se hundió y jamás volverá. El mestizaje entre lo andino y lo occidental es otra historia.
Sin duda, esta es la novela peruana más importante escrita a los 60 años por Rafael Dumett en la segunda década del siglo veintiuno. El protagonista literal es el chanca Salango, dotado de poderes sobrenaturales para contar, quipucamayoc y espía del Inca.
Pero el verdadero protagonista detrás del telón es que el tiempo no sólo de los incas, sino del Mundo precolombino o de los Cuatro Costados, se acabó, llegó a su término. Y su fin sobreviene no sólo por los errores y dilaciones del arrogante y vanidoso Atahualpa, sino como cumplimiento de los oráculos de las huacas, las cuales son desplazadas por la huaca de los barbudos. Otra era ha llegado.
En realidad, lo que el autor nos presenta es que en este encuentro entre dos Mundos no hay espacio para la convivencia armónica, ni la síntesis pacífica, sino para la colisión, conquista y sumisión de uno a otro. No otra cosa simboliza los quipus, sistema informativo a base de nudos y colores, que hasta hoy se resisten a entregar sus secretos porque supone compartir las categorías de códigos culturales diferentes de un mundo perdido.
El libro se cierra con la convicción de que el Mundo de las cuatro direcciones llegó a su final para siempre, no hay eterno retorno. Un Mundo nuevo triunfó sobre él. Por tanto, el llamado mestizaje entre lo occidental y lo andino es algo nuevo, que tiene poco que ver con él.