carlos otero jurado

Pésima, una carencia absoluta de falta de trama, guión o estructura, que salvan con su solvencia actores de renombre como Jodie Foster, Tim Robbins o John Turturro. Es el claro ejemplo de las películas que, con el paso del tiempo, se desmoronan porque envejecen muy mal ante la carencia de un guión que desarrolle lo que el director pretende plasmar... ???????? Exacto, tras la visualización de la película se constata el callejón sin salida de los protagonistas (el idealista, el bueno pero torpe, la chica víctima, las descarriadas. el malo muy malo...) que muy poco margen deja no ya a la imaginación, sino a la calidad, a la buena factura, a una lección de cine. En definitiva, una PÉRDIDA DE TIEMPO.

Un desastre, un completo despropósito en el que, hay que reconocerlo, el trabajo de Nicolas Cage es completamente anulado por la actuación, intervención, aparición de sus queridos hijos. Cada vez que salen los 'niños' a escena el estupor suele anteceder a la indignación por la fatalidad de los actos de los hijos del protagonista y la repercusión en el desarrollo de la trama que, progresivamente, se infantiliza. Desde luego, si de algo carece el guión, es en profundidad y coherencia en sus personajes, sobre todo en los adolescentes. Es una lástima ya que se pierde una oportunidad de confrontar cómo afrontan la lucha por la vida el mundo adulto y el mundo adolescente, cómo interactúan y cómo se ponen a prueba los valores de la familia frente a las pulsiones del instinto de supervivencia. Película para olvidar.

Mala, sin paliativos, si no estuviéramos hablando de una de las carnicerías bélicas más letales en la historia de la Humanidad, no se acaba de entender -realmente- qué es lo que pretendía transmitir el director de esta película, Joseph Vilsmaier. A quienes aman el cine, entre los que me encuentro, el recuerdo de 'La Cruz de Hierro' (1977) del ya mítico Sam Peckinpah, pesa como una losa durante el desarrollo del metraje de 'Stalingrado' (1993) y naufraga en su mismo planteamiento: veteranos de guerra disfrutando de la vida en una suerte de balneario italiano tras la batalla de El Alamein están de broma y cháchara banal a la espera de su próximo destino: el frente ruso. No hay una toma de conciencia ni vital ni moral por parte de los personajes acerca de qué diablos están haciendo ni el terrible momento histórico que les ha tocado vivir. No hay planteamiento porque, sencillamente, no hay argumento. Eso es todo, bueno, muchos tiros, bombas y gritos. Poco más.

El visionado de este tipo de películas son el triste ejemplo de hasta qué extremos puede llegar la comercialización de la Historia y las aberraciones que genera la primacía del espectáculo comercial frente a la realidad de la que, paradójicamente, se nutre y fundamenta. En un contexto como el actual, en el que se puede suscribir o no el revisionismo histórico, cuando no degenera en lamentable estridentismo, el bochornoso espectáculo de este tipo de películas puede propiciar, sin embargo, un aspecto positivo, como es el de reflexionar acerca del peligro que conlleva la manipulación histórica a partir de un espectáculo de masas: no hay más que revisar someramente la puntuación crítica acerca de esta película para darnos cuenta de que queda mucho por hacer ante la asimilación impune de la distorsión de la historia por parte de los medios. Eso, o pasamos de ser espectadores a ser simples ignorantes.