La novela explora con maestría literaria y erudición bibliográfica un momento crítico y culminante de la Historia de América. Da muestras de comprensión profunda respecto de la cosmovisión andina, de la grandeza de los logros del incario y de las desgracias que le fueron impuestas por el invasor europeo. Todo ello despojado de romanticismo e idealización occidental.
Su disposición novelística es estudiada, amplísima en recursos formales, prolífica en opciones narrativas.
Cada lector tiene su premio: para el impaciente que busca la entretención rápida y frecuente, hay capítulos vivos y dotados de gran sentido de la anécdota; para el lector goloso, una extensión envidiable (de casi mil páginas) que le otorgará el placer de la lectura vasta y prolongada; y para el catador exigente, que se solaza paladeando los párrafos línea a línea, un lenguaje de arquitectura sólida y recursos lingüísticos que proporcionan al texto una policromía cultural envidiable.
Las novelas históricas de temas andinos -y aun americanos- no sobran en los escaparates de nuestras librerías. Lo digo desde Chile, un país que desde sus inicios ha buscado el blanquemiento cultural y consume con delirante voracidad lo que provenga de Europa y el gran país del Norte. Se agradece por ello la existencia de Rafael Dumett y el gran trabajo desplegado en El Espía del Inca.