ui a ver la última película de Almodóvar, atraído por los comentarios que surgieron tras su presentación en el Festival de Venecia, donde se decía que recibió una ovación de 13 minutos. No estoy seguro si esos aplausos fueron para la película o solo para Almodóvar, pero lo que sí puedo decir es que, a los 13 minutos, yo ya estaba considerando abandonar la sala.
La historia me pareció inverosímil y carente de sentido desde el principio, y pese a mi esperanza de que algún giro interesante pudiera salvarla, nunca llegó. Lo que sí apareció, como ya es costumbre en el cine del director, fue un forzado comentario político, esta vez relacionado con el cambio climático y la extrema derecha. Almodóvar crea un personaje cuya única función parece ser la de insertar esta “cuña” ideológica en una trama ya de por sí débil. El resultado es un discurso predecible, que ni sorprende ni enriquece la historia.
Me quedé preguntándome si las subvenciones que ha recibido la película han sido realmente justificadas y si los involucrados en su financiación esperan recuperar la inversión, porque la cinta no ofrece más que diálogos aburridos y antinaturales entre personajes que parecen desprovistos de alma o profundidad.
Como colofón, Almodóvar decide cerrar la película con una referencia a una obra clásica que se menciona varias veces a lo largo del metraje, pero el recurso no aporta mucho más que una sensación de vacuidad. En resumen, estamos ante un Almodóvar que, con su estilo cada vez más repetitivo y previsible, parece acercarse peligrosamente a convertirse en el “Woody Allen español”, pero sin la frescura que un día lo caracterizó.