Foucault propone estudiar el discurso como una creación social regulada sobre la cual se ejercen distintos tipos de procedimientos de control cuya comprensión puede revelar cómo funciona el poder. Puede decirse, siguiendo su indagación, que es en las formas de control del discurso donde se ve en operación el poder en una sociedad, del mismo modo en que percibimos el viento en las ramas de los árboles y sobre las olas.
Foucault se ocupa de tres tipos de mecanismos de control sobre el discurso: los que limitan sus poderes, los que dominan sus apariciones aleatorias y los que seleccionan a los sujetos que pueden hablar. En términos metodológicos, propone dos caminos complementarios: la crítica y la genealogía. “La crítica analiza los procesos de enrarecimiento, pero también el reagrupamiento y unificación de los discursos: la genealogía estudia su formación dispersa, discontinua y regular a la vez” (p. 41).
Entre los diferentes mecanismos de control, destaca el relativo a los procedimientos de verdad. Genealógicamente, las sociedades occidentales han creado y siguen recreando maquinarias para satisfacer nuestra voluntad de saber; la más eficiente ha sido la construcción del saber disciplinar: la ciencia como reino de un poder soberano que destila sus criterios y productos hacia otras fuentes de la vida social, como la justicia, la politica, la economia; la academia como laboratorio y fábrica de verdades, así como de sus respectivos mesías, evangelistas y profetas.
Según el análisis, la voluntad de saber es una fuerza centrípeta que absorbe durante la modernidad los demás mecanismos de control y orden del discurso, al punto que define, incluso, las condiciones de utilización del discurso. Estas condiciones de uso “imponen a los individuos que los dicen un cierto número de reglas y no permiten de esta forma el acceso a ellos, a todo el mundo”. Es desde el saber disciplinar moderno desde donde el sujeto se convierte en sujeto susceptible de(l) discurso: quién habla, de quien se habla, a quien se habla.
La conclusión en este caso es que hay un “Enrarecimiento, esta vez, de los sujetos que hablan; nadie entrará en el orden del discurso si no satisface ciertas exigencias o si no está, de entrada, calificado para hacerlo” (p. 39). Se recuerda así la sentencia de la Academia platónica que advertía desde el friso no entrar sin saber geometría. En los tiempos modernos, la voluntad de saber construye su propio pórtico que diría a la vez instaurando la categoría y su criterio de membresía: “se hablan discursos”.