me sumergí en la lectura de un libro acerca de la felicidad: la esquiva felicidad de los seres humanos, todos tan proclives a hablar de grandes hazañas, todos tan fantasiosos y caprichosos en imaginar paraísos de abundantes bienes materiales, reconocimiento, gloria e inmortalidad. El instante de la soledad y la plenitud sirve entonces para recorrer las páginas en las que se narra con generosidad la huella de una vida entregada a la belleza y el arte, casi con renuncia de ese otro gran reto del ser humano; el de servir a la humanidad bajo un emblema cualquiera: la religión, la política, la ciencia.
La belleza está ahí, en la música de Opera que al fin puede comprender y apreciar un ser humilde que espera también un trasplante de corazón. La pasión se encumbra en la vivencia del cine y su infinita creación de ese otro lenguaje que salva a seres confundidos con las decisiones de su propia vida. Este libro es también un homenaje a la mujer, a su precariedad tras largos años de ser sometida por el machismo, en esa vida que se resuelve con inteligencia y sensibilidad y también con belleza pero al revés; no como distracción para los sentidos o fundamento sensual sino como esencia íntima en la ofrenda de sustento, comprensión, arrojo y convicción. La mujer abarcando todo el espacio de la esperanza y armonía con el universo, en dónde sí, vale la pena apostar por la esperanza.
A las 11:50 de la noche de ayer, terminé la lectura de "Salvo mi corazón, todo está bien" un hermoso canto a la vida que no deja espacio a la melancolía, un registro sutil y maravilloso de la entrega noble del espíritu que desvela las claves de ese músculo caprichoso que nos contiene y que como la existencia, compartimento, misterioso, casi intocable irriga grandes y recónditos espacios desde la delicada y única complejidad de sus resquicios que igual reciben detritus y entregan un caudal limpio, un torrente de plenitud que muchas veces ni nos enteramos.