Desde Viva la vida, Colplay no ha dejado de ser una farsa, una parodia de sí mismos. Hacedores de especátulos visualmente imponentes, a la hora de componer canciones y grabarlas, se han quedado estancados en un estilo soso, sin alma, sin contenido, sin imaginación y sin sustancia. Canciones cuasi infantiles, que descansan sobre interminables colchones de sintetizadores y eventuales percusiones donde la electrónica se impone sobre la tracción a sangre. Lo mismo se diría de las guitarras. Muy esporádicamente se ve que despiertan a Johnny Buckland de su larga siesta para meter alguna nota. O quizás le desenchufaron la guitarra del amplificador en 2008 y nunca le avisaron. Colplay viene sonando a música hecha por una IA, sin necesidad de una banda de músicos.
En cuanto a las canciones, si la más destacada es una especie de pop-trap medio pelo (el hit We pray) donde se apela al truco marketinero de invitar estrellitas pop internacionales, imaginemos lo que es el resto del álbum. Un par de temas pop pegadizos pero tampoco tanto, y un puñado de baladas soporíferas olvidables, como las que vienen abundando en los últimos cuatro álbumes de esta ex gran banda.