Está llamado a convertirse en uno los mejores videojuegos del año y desde hoy está disponible para Xbox One y Windows 10
Cuando se valora la calidad de un videojuego se suelen destacar aspectos como el diseño, la narrativa o la estética. Son características que, hasta cierto punto, actúan como varas de medir y permiten realizar un análisis cuantificable sobre el valor de una obra. Ori and the Will of the Wisps, la secuela del genial juego de plataformas lanzado hoy hace exactamente cinco años, destaca en estos tres frentes. Sin embargo, el título desarrollado por Moon Studio que hoy llega a Xbox One y PC también alberga otras cualidades que no son tan fáciles de describir con palabras.
Algunas de las características propias del medio interactivo no siempre son apreciables a simple vista, pero muchas veces son las que marcan la diferencia. Estamos hablando de las sensaciones que un juego es capaz de transmitir al jugador desde un punto de vista más táctil, esa conexión intangible pero crucial que el diseñador Steve Swink bautizo como game feel. Después de varias horas saltando y explorando el mundo de Ori and the Will of the Wisps es fácil entender este concepto.
La fluidez en las animaciones, la precisión en el control y la inteligente configuración de las acciones en el mando se traducen en uno de esos juegos “da gusto” controlar, y ese es, quizá, el gran mérito invisible de un título excelente en todo lo aparente y sublime en lo intangible. Es el resultado de un laborioso en Moon Studio, un estudio de videojuegos particular en el que sus alrededor de 70 miembros trabajan de forma remota repartidos por todo el planeta –tres de ellos son españoles– y que, aun así, ha convertido el pulido y el refinado en su marca de la casa.
Ori and the Will of the Wisps ha conseguido alinear diseño, narrativa y estética alrededor de una historia emotiva que demuestra lo mucho que ha avanzado el arte de la interacción desde que Mario y compañía dieran sus primeros saltos. Pero es mucho más que so. En el fondo, es un viaje al corazón del videojuego y una demostración de hasta que punto puede llegar a refinarse el lenguaje de lo interacivo.