Película fallida, discurso vacío, una narrativa que pretende ser profunda pero se ahoga en su propia pretensión. El director intenta romper esquemas con una historia que se percibe como revolucionaria, pero en realidad es solo una mirada superficial desde la comodidad del privilegio. Más que una exploración genuina de los problemas sociales, parece un intento fallido de apropiarse de una lucha ajena para empaquetarla en un producto "disruptivo". Si el guion no fue escrito por una IA, al menos parece que se limitaron a alimentar un algoritmo con referencias genéricas sobre América Latina y dejaron que este escupiera clichés envueltos en pretensiones artísticas.
La protagonista (interpretada por un talento desaprovechado) se convierte en un símbolo vacío, una marioneta de la narrativa aspiracional que tantas veces hemos visto: salir de la miseria para integrarse a la élite y, desde ahí, reflexionar tardíamente sobre la desigualdad. La escena del evento de beneficencia encapsula perfectamente el problema de la película: un personaje que "descubre" la injusticia desde un entorno privilegiado y cree que con señalarla es suficiente. El guion nunca se preocupa por comprender realmente la vida en México, más allá de su valor estético y exótico para la producción.
Las canciones refuerzan los estereotipos en lugar de desafiarlos, trivializando los conflictos con una superficialidad casi insultante. La subtrama romántica entre los personajes de X y Y es especialmente incómoda, ya que parece más interesada en apropiarse de un discurso de género que en tratarlo con la profundidad que merece. En lugar de una reflexión sincera, la película se desmorona en su propia ironía: quiere criticar estructuras de poder mientras se beneficia de ellas.
El único punto rescatable es la actuación de Z, quien aporta una intensidad y profundidad que el guion claramente no supo sostener. Sin embargo, su personaje cae en una narrativa simplista que reduce su historia a una transformación moral ligada al género: antes, como hombre, era violento y despiadado; ahora, como mujer, es la salvadora de los oprimidos. En lugar de desafiar ideas preconcebidas, refuerza la dicotomía entre masculinidad tóxica y feminidad redentora sin ofrecer matices ni cuestionamientos.
En última instancia, el director y el guionista dejan claro su mensaje: los hombres son agresores, las mujeres víctimas y heroínas, y la lucha social es solo un recurso estético para contar una historia que no pertenece a quienes dice representar. En lugar de explorar las contradicciones de sus personajes, la película se conforma con vender un mensaje prefabricado que, lejos de ser subversivo, es apenas una versión pulida de los mismos relatos de siempre.